domingo
Diario de una masoquista, día 2.
Porque los días primero siempre son aparentemente buenos, pero realmente horribles. Son los días en los que nos lanzamos a algo diferente. El primer día de colegio, de universidad, de trabajo, de gimnasio. Sentimos que estamos dando un paso más, pero no es hasta el final cuando averiguas si realmente empezar con eso fue verdaderamente bueno. Y quién sabe si habrá final para darse cuenta.
¿A quién no le pasó estar seguro de algo, luchar por eso a ciegas y decepcionarse con el resultado? Sí, a veces pasa. Quizás demasiadas.
Cuando la cabeza y el corazón se enfrentan es aún más difícil saber si lo que estás haciendo o lo que hiciste, es realmente bueno. Si tus dos mitades están enfrentadas, hagas lo que hagas estarás matando a una. Y yo continuamente me dedico a alternar. A ver si así no me mato tanto, ¿no?
Pero sea como sea, siempre andamos muriendo. Ya sea por el tiempo, por las puñaladas, por las caídas, o por los besos. Cada día destrozamos, si queda, un poquito más de nosotros mismo. Y nos creemos únicos portadores de la verdad, lo que no vemos es que sólo somos portadores de la nuestra.
Somos nosotros mismos quienes interpretamos nuestros propios actos, quienes ponen nombre y razones a cada paso, quienes deciden la forma en la que tomarse las cosas. Quizás sea tarde para darse cuenta del poder que tenemos en nosotros y en los demás. El poder de derrumbarnos, y arrastrar al otro; el poder de hacer caer y de caernos. El poder de sonreír y recibir sonrisas, el poder de hacer reír y volar sin alas.
Vamos a dejar de matarnos, por favor, vamos, aunque sea, a no matarnos tanto.
jueves
Ni se crea ni se destruye, se transforma.
Y las personas pasaron, vinieron, se fueron y algunos volvieron.
Sólo el presente se mantuvo aquí.
De esta forma es como vamos evolucionando y pasamos nuestra propia e individual pre e historia, época clásica, renacimiento, etapa moderna. Y nos contradecimos a veces, de Románico a Gótico y de la sencillez nos volvemos complejos.
Tesis, síntesis y antítesis; así pasamos la vida rodando, contraponiéndonos para formar algo nuevo y no por eso dejamos nuestra esencia de lado.
Somos agua, a veces hielo o quizás vapor; pero siempre hechos de la misma materia. Siempre siendo la unión de dos polaridades, de lo dulce y lo salado. Y es que las mezclas de unos mismos pigmentos no siempre dan el mismo tono, pero siempre tendrán el mismo origen.
De ahí mi reflexión, la historia, la filosofía, la ciencia, la naturaleza de las larvas que llegan a ser mariposas. No importa mucho que no tengas un destino siempre que sepas cual es tu origen, eres tu propia evolución y transformación y de una forma u otra, vas a brillar, a destacar, a levantar las alas y convertirte en mariposa; porque esa es tu naturaleza.
Eres grande aunque aún tengas que demostrárselo al mundo, dedícale tiempo a lo que te alimente el alma, y ese será tu aporte y luz, porque algo que es capaz de nutrirte y atraparte, es algo que te hará grande. Porque si uno alumbra desde el interior, deslumbrará en el exterior.
Impulsos y el pulso.
Su cardiograma era un auténtico laberinto, su respiración acompás, entrecortada.
- Estoy viva -murmuró-.
Sístole, diástole, el bombardeo de la sangre del músculo autocontrolado, aspirante e impelente. Sí, estaba viva, o por lo menos biológicamente.
-No me dejes, no te vayas -balbuceó-.
Pero él no podía oírla. Sentado, frente a ella, y no pudo oirla. O quizás sí, pero no supo escucharla.
Es increíble la capacidad que podemos tener en ocasiones para regalar gratuitamente una parte tan frágil de nosotros mismos con la esperanza de que la otra persona no la haga pedazos.
Dalia frente a él, hecha pedazos por regalarle sus debilidades mientras Dante le pedía que se recompusiera, para así poder volver a unir todas las piezas del chico.
Frente a frente y no pudo escucharla, como otras tantas veces. Y dentro de Dalia algo se desarmó.
"Si no es capaz de escuchar las pequeñas cosas, para qué perder el tiempo entregándole aún más fragilidades, -dijo aquella vocesilla interior- no queda lejos el momento en el que sólo podrás regalar los fragmentos que te queden, o incluso nada si continúas perdiendo y dejando que el frío se cuele en los huecos y te hele hasta los huesos".
Mientras, Dante continuaba ahí gritándole, exigiéndole que le armara de nuevo cuando él nunca supo dejar de jugar con sus pedazos.
Y ella, inmóvil, seguía susurrando:
- Te necesito, no te vayas, no me dejes, vuelve.
Pero los gritos de Dante hacían inaudibles cada una de sus palabras.