domingo

Magos.

Y entre la niebla, volví a desaparecer con los indescifrables trucos que sólo los magos conocemos. Al regresar, ella seguía ahí; inmóvil. Inmediatamente clavó su mirada en mi, intentando diseccionarme con aquellos ojos de microscopio. Era la única capaz de averiguar cada movimiento, cada posible forma de actuar. Me conocía a la perfección. Conocía cada recoveco de mí y aún así, ahí continuaba, inmóvil, clavándome su mirada. Esperando poder resolver cada uno de mis trucos.

Lo que ella no sabía era que para mí sólo trataba de eso, trucos, juegos. Simplemente era mi diversión particular. O por lo menos, así lo creía.

Los trucos terminaron, decidí ser yo y con eso, la magia se desvaneció. Acabé por completo con todo lo que a ella me unía. Parece ser que quién estuvo siendo engañado fui yo, la experta y astuta maga era ella, que alimentada por mis juegos y su intolerancia a la derrota, enmascaró todo lo que creí nuestro. Y así, al darme cuenta de que realmente nunca me había pertenecido, tuve la necesidad de necesitarla. Estuve tan seguro de que sólo yo era capaz de jugar, que me olvidé del resto de jugadores y finalmente, aquella agente doble que parecía estar enamorada de mí, no era ni más ni menos que mi peor adversario.

Y me volvió a ganar, como cada vez que nos retábamos a aquellas partidas de ajedrez, siempre me concentré en atacar y no me protegí. Esta vez perdí por partida doble; la perdí a ella por no apreciarla cuando la tenía y perdí la capacidad de sentir, por haberla perdido.