miércoles

Somos grandes.

Vamos a comernos el mundo, a desayunar continentes, a ser grandes, enormes. Vamos a dar el paso, a dejar huella. Vamos a pisar fuerte, vamos a volvernos locos. Vamos a querernos, a odiarnos, a hacernos el amor, a matarnos a miradas. Deja que el alma concupiscible te susurre al oído, no le niegues nada, vamos a dárselo todo. Vamos a tener lo que apetece, lo que deseemos, vamos a armarnos de placeres innobles, vamos a gritar que formamos parte del mundo terrenal, que somos humanos, que erramos y aprendemos. Vamos a mostrar que la perfección es inalcanzable, que lo perfecto es ser imperfecto. Que costamos todo lo que valemos, que no tenemos precio.

Vamos demostrar que somos únicos, especiales, increíbles; todos y cada uno de nosotros. Porque nos lo merecemos, porque sabemos querer, sabemos amar y odiar. Sabemos ser nosotros mismos, porque nadie será capaz de ser como tú, nunca. Porque siempre podremos ser la mejor versión de nosotros mismos y nunca habrá nadie que pueda igualarnos.

Somos grandes, enormes. Somos nosotros. Eres tú, soy yo.

domingo

No jugaban, creaban arte.

“Empieza despacito, sin ruido, que yo no te vea venir. Dame una sorpresa acercándote a mi cuello, consigue erizarme, bésame. Acércate cada vez más, sedúceme, cuélate en cada rincón de mi piel. Hazme estremecer, desnúdame poco a poco mientras me recorres. No pares hasta que grite tu nombre.” 

 Nunca hubo nadie que con una sola mirada pudiese decir tanto como lo hacia ella. Morena, de piernas infinitas, conseguía ser delicada y salvaje. Orgullosa, egoísta, misteriosa y horriblemente calculadora. Al otro lado, él; de espalda ancha, brazos definidos. Egoísta y orgulloso, igual o más incluso, si fuese posible que ella; espontáneo y amante de lo imprevisto. Tan iguales y tan diferentes. Como hielo y fuego que se funden llegando a formar algo majestuoso. Juntos de nuevo, conjunto de lencería de encaje, el preferido de él; algunas velas, pero muy poca luz; y dos copas de whisky, tal y como a ella le gustaba. Deja que se provoquen mutuamente, que se reten a lo imposible, que disfruten de cada instante. Es entonces cuando ella consigue dejar de lado su frialdad, cuando él aparta su orgullo. A partir de ese momento comienza la magia. Y como si de un truco más se tratara, en cuestión de minutos la ropa desaparece, evaporándose; como acostumbraba a ocurrir. Sus bocas juegan al escondite, se buscan, se dan pistas, de descontrolan. Eran animales de caza, atrapando a su víctima, acorralando a su presa. Como el Coyote y el Correcaminos; se burlaban, se escapaban, desesperaban. Como dos Fénix, volvían a sentirse vivos, renacían. Trataba de una obra digna de ser retratada; el pulso acelerado, muslos temblorosos, gemidos, mucho calor. Tan sólo una más de entre tantas que acostumbraban a retratar juntos.

 Y con el fin de una función, el telón se cierra. Mientras él duerme, su compañera se escapa y escabulle, borrando cada posible pista que la delatara de haber estado en aquel lugar. Sale del edificio buscando su coche y finalmente, regresa a casa. Donde todavía le espera otra sorpresa.

Y ahí estaba ella, pelirroja con curvas, más salvaje aún que nuestra morena de piernas infinitas. Esperando a su amiga -o puede que más que eso-. No pensó encontrársela hasta el día siguiente, parecía que todavía quedaban juegos en los que debía complacer a un nuevo oponente. Aún sin haberse llegado a tocar, ya se comían con la mirada. Lo que se respiraba en aquella casa era fuego, pasión desenfrenada. Se habían echado mucho de menos; ambas añoraban sentir el amor que sólo ellas podían darse. No era simple lujuria, había un sentimiento que regía cada movimiento; no jugaban; creaban arte. Tocaban la melodía de lo increíble. Y una vez más, magia; la ropa desaparecía, las bocas jugaban al escondite. El pulso acelerado, muslos temblorosos, gemidos, mucho calor, amor...