domingo

Diario de una masoquista, día 2.

Si pudieras hablar y yo, quizás, oirte, tu pregunta sería, ¿por qué día 2 sin uno?

Porque los días primero siempre son aparentemente buenos, pero realmente horribles. Son los días en los que nos lanzamos a algo diferente. El primer día de colegio, de universidad, de trabajo, de gimnasio. Sentimos que estamos dando un paso más, pero no es hasta el final cuando averiguas si realmente empezar con eso fue verdaderamente bueno. Y quién sabe si habrá final para darse cuenta.

¿A quién no le pasó estar seguro de algo, luchar por eso a ciegas y decepcionarse con el resultado? Sí, a veces pasa. Quizás demasiadas.

 Cuando la cabeza y el corazón se enfrentan es aún más difícil saber si lo que estás haciendo o lo que hiciste, es realmente bueno. Si tus dos mitades están enfrentadas, hagas lo que hagas estarás matando a una. Y yo continuamente me dedico a alternar. A ver si así no me mato tanto, ¿no?

Pero sea como sea, siempre andamos muriendo. Ya sea por el tiempo, por las puñaladas, por las caídas, o por los besos. Cada día destrozamos, si queda, un poquito más de nosotros mismo. Y nos creemos únicos portadores de la verdad, lo que no vemos es que sólo somos portadores de la nuestra.

Somos nosotros mismos quienes interpretamos nuestros propios actos, quienes ponen nombre y razones a cada paso, quienes deciden la forma en la que tomarse las cosas. Quizás sea tarde para darse cuenta del poder que tenemos en nosotros y en los demás. El poder de derrumbarnos, y arrastrar al otro; el poder de hacer caer y de caernos. El poder de sonreír y recibir sonrisas, el poder de hacer reír y volar sin alas.

 Vamos a dejar de matarnos, por favor, vamos, aunque sea, a no matarnos tanto.