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Muchas veces al pensar en la perfección nos imaginamos algo imposible de alcanzar, algo que nunca podrá darse, pero no nos paramos a pensar que puede que la verdadera perfección sea aceptar los defectos; porque si no hubiera nada malo, no podríamos llamar bueno a nada, con lo cual, todo sería igual y no habrían diferencias. Necesitamos a alguien inferior para sentirnos superiores, nos hace falta el negro para diferenciar el blanco.